Para Dámaris Intriago ser niña fue también mezclar líquidos de colores por tubos de cristal. En un cumpleaños pidió un microscopio pequeño y un kit de experimentos químicos. Se emociona cuando recuerda el primero: hacer pegamento. “Probamos en un par de zapatos que mi papá tenía que reparar”. Como ella, muchas niñas tienen interés en la ciencia en sus primeros años, pero, sobre todo en la adolescencia, algunas —la mayoría— comienzan a perder su entusiasmo.
Los motivos, por lo general, son los estereotipos y las expectativas que la sociedad y los padres tienen de ellas. Que no deben ensuciarse, que no deben jugar con autos, que deben jugar con muñecas, que son más débiles que los niños, y un largo etcétera. Prejuicios como estos limitan su aprendizaje y opciones educativas, dejando un vacío entre lo que las niñas aspiran y lo que la sociedad les dice que pueden ser. A este vacío se la conoce como la brecha de los sueños (dream gap).
Las niñas muestran interés en matemáticas y ciencias hasta tercero de primaria. Pero mientras van creciendo, el interés y sus sueños comienzan a esfumarse. A los 15 años, según la Unesco, las niñas pierden el interés en el Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Sus posibilidades comienzan a reducirse y su mundo empieza a ser más angosto. Tanto, que solo el 4,7% de ellas espera tener una carrera en ingeniería o computación (mientras que el porcentaje para los niños alcanza el 18%).
Sus deseos de ser ingenieras, médicos, astronautas y científicas desaparecen. A menudo, los padres, los amigos y profesores crean y refuerzan los estereotipos sobre las capacidades que tienen las niñas. Por ejemplo, se asume que temas relacionados al STEM son masculinos. Y esto las pone en una situación de desventaja. Es como si ser niña y estar interesada en la ciencia no pudiesen entrar en la misma ecuación.
Es muy probable que, incluso, si llegan a demostrar sus capacidades no sean tomadas en cuenta. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) dice que “parece que los padres tienen puestas mayores expectativas en los hijos que en las hijas a la hora de apoyarles en que hagan carreras de ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas”.
Para Intriago, el apoyo de sus padres y la libertad de elegir fueron la mayor motivación para saltar la brecha y ser científica. Sus primeros experimentos los aprendió de su padre. Cuando era una niña, ambos jugaban a descubrir nuevos mundos. Mundos que representaban miles de posibilidades. Esos mundos que Intriago construyó de niña, poco a poco, se convertían en realidades. Los kits de ciencia, los microscopios de la infancia se convirtieron en lo que sería su vida: la medicina molecular.
Pero ella no es parte de la mayoría de niñas. Muchas pierden el interés por la ciencia, tecnología y matemáticas. Su potencial no es valorado por sus padres y se ha demostrado que ellos esperan menos de ellas que de los niños. Según Rosa María Torres, experta en pedagogía y lingüística, se espera que un niño sea inquieto pero de una niña no. “No se espera que sea preguntona, ni que se moje ni que se mueva mucho. La niña tiene que estar tranquilita para no ensuciarse”.
Torres dice que estas limitaciones en el aprendizaje impiden que muchas desarrollen su capacidad de observación y, por ende, su pensamiento científico. Menos de una de cada veinte niñas consideren elegir una carrera en STEM. Los patrones de crianza se convierten en enormes muros que cercan el futuro de una niña.